martes, 10 de mayo de 2011

Resistencia sutil





Las puertas del comedor social estaban cerradas todavía. La cola daba la vuelta a la manzana: vagabundos, amas de casa, parados de toda índole, incluso un grupo de turistas japoneses despistados que huyeron sin descomponer el grupo, como una escuadra de la legión romana, cuando Ojo de Pato intentó arrebatarle la cámara digital a uno de ellos.
Ni la algarabía producida por el incidente logró conmocionar a la apática cola, ni siquiera los más cercanos a los nipones. Era una cola muda y sin esperanza.

Ojo de Pato se escabulló perdiéndose por las callejuelas más inmundas del casco antiguo. Al empujar el alambrado de un pequeño solar  que le servía de escondrijo, se causó un profundo corte en la mano izquierda. Miró alrededor  buscando algo con lo que envolverse la herida  y tropezó con una caja cerrada. Con la mano indemne la abrió ayudándose de una litrona rota y tras dejar un rastro de sangre, extrajo una colección de posits impresos con los que intentó, sin mucho éxito, restañar la herida.
Salió de nuevo a la calle como un sucio manos tijeras, con las hojillas de colores manchadas de sangre adheridas a su mano.
Algunos transeúntes lo evitaron cruzando de acera mientras Ojo de Pato gruñía, sacudiendo sin parar la mano herida tapizada de papelitos, corriendo como un canguro en dirección a la Gran Vía, donde  una caja de cartón grande, un astroso saco de dormir y una bolsa de Mercadona le esperaban. Eso era todo. Su casa, su mundo.

Su mundo pequeño, caótico pero predecible. Sin embargo el mundo grande, organizado, reglamentado, controlado hasta en las costuras, explota cada vez más a menudo en forma imprevista, como ahora en la ciudad, que ha amanecido otra vez inundada de pósits con crípticos mensajes. A pesar de que  las autoridades han prohibido su lectura, es muy difícil sustraerse al hechizo de las promesas que una primera ojeada hacen traslucir. A partir de la segunda relectura la confusión se afianza y progresa.
 La vigilancia de las fuerzas de seguridad es patente desde hace mes y medio, justamente desde el día en que las imaginarias amenazas se hicieron realidad, a pesar de lo indescifrable de dichos mensajes.
La comisión de sabios en lenguas diversas permanece reunida obedeciendo la convocatoria del gobierno, trabajando sin descanso en la interpretación de aquellos extrañas palabras que aun estando escritas con caracteres latinos no corresponden a ninguna lengua conocida; algunos aventuran la posibilidad de una procedencia extraterráquea, otros, sin embargo afirman la aparición de una nueva especie nacida en las entrañas del subsuelo urbano, marginados de nuevo cuño, precursores de un terrorismo incruento pero eficaz; los menos optimistas vaticinan una confusión semántica altamente contagiosa que avanzaría a pasos agigantados dejando poco a poco la comunicación humana en manos de un grupo de dementes que homogeneizarían a todas las personas sin distinción de sexo, raza o religión, sometiéndolas a una igualdad insoportable.

En la pérgola no había ningún compañero. Ojo de Pato, en alerta, depositó la caja encima del saco y se sentó sobre ella. Si hubiera sido perro hubiera tensado las orejas, pero sólo consiguió mirar en todas direcciones con su ojo de halcón disecado.
El estruendo de las sirenas le acordonó mientras la policía repartía los enseres de los mendigos por la tierra de la glorieta con cuatro patadas bien dadas. Ojo de Pato aguantó bien,  sin caerse de la caja, el primer puntapié; a la espera del segundo extendió las manos para defenderse aunque no le hizo falta: ante su estupor se vio rodeado por los componentes de dos patrullas de la policía nacional, parte de los cuales blandían como única arma varios diccionarios berlitz, que le preguntaron a coro de blónde has salcado beso señalando los jirones de papeles que como una costra reseca envolvían su mano herida. Esto no pinta bien,  pensó mientras lo metían a empellones en un coche patrulla.
- Qué manía me caguen Dios, de dónde los voy a sacar, si está la ciudad repleta, los he ido cogiendo del suelo, de las farolas, de los semáforos, de la basura, de los árboles, le contestó Ojo de Pato al inspector, mirándole con  el ojo velado.
Si te entlelas de balgo nos blo cuentlas si no quieres perdrer tu ierda de libertad par biemple, bramó el inspector rehuyendo la mirada rapaz.

Ni le han desinfectado la herida que se le ha vuelto a abrir cuando le han arrancado los papeles con pinzas y los han depositado cuidadosamente en distintas bolsitas de plástico. Ni por esas: otro empujón y a la calle.
Esto tiene que ser gordo, estos papeles tienen que valer mucho,  mucho, si no, no me explico cómo es que van todos locos, aunque … el Chinito me dijo el otro día algo sobre  papeles y confusión de  qué ¿de lenguas?…. necesito una botella y tragar algo, que al final me he tenido que largar sin comer y ya es de noche, pero la caja, hostia la caja, antes tengo que ir  a por ella, dejarla donde la he encontrado, o esconderla, o venderla, venderla o cambiarla y comprarme una botella de buen wiski y costo, cojones, cómo me duele el ojo que me falta, siempre me pasa esto cuando tengo hambre y estoy nervioso, como si el corazón bombeara toda la sangre hacia la órbita vacíaaa., vacíaaa… -gritó Ojo de Pato. Los transeúntes se apartaron de aquel loco que habla solo pero tan claro.

Claridad es lo que falta en la comisión de expertos que se encuentra reunida permanentemente. Traductores, lingüistas, militares, científicos y médicos se entienden cada día menos. El contagio y sus consecuencias avanzan imparables: se cuentan por millones los ciudadanos afectados que ya no pueden desempeñar su trabajo, la banca se ha hundido, desintegrada la Bolsa en  puntitos de colores que ya nada significan, los incidentes violentos se multiplican en esa torre de Babel planetaria en que las miradas, los gestos y expresiones, al no sustentarse en las palabras son  malinterpretados.
 Una esperanza aparece parpadeando en la gigantesca pantalla que preside la sala de reuniones. Se pide a los lingüistas que hagan un último esfuerzo para hacer inteligible a la comisión el siguiente mensaje procedente de las fuerzas policiales europeas: bai un homo Yeux da Duck ke balece ibmute. Para cuando la comisión logra aclararse han pasado tres horas. El último mensaje transmitido por dos de los lingüistas más preclaros después de conseguir que dejaran de propinarse puñetazos, es contundente: bas utloridades blanijtarias avec bas furzias ble zeguguidat an decibdid kapturrar a Yeux da Duck per fintenta ba forbnikacione dun antídoto. Acto seguido, la comisión se autodisuelve abandonando el edificio de Naciones Unidas en un desorden bíblico.

En la oscuridad del callejón Ojo de Pato pisa con cuidado el alambre caído,  la maldita caja asida con la mano derecha y apoyada en su escuálida cadera. Se vuelve hacia el sonido de   crujidos de cristales rotos y plásticos resecos. Las piernas le tiemblan pero no es de miedo, simplemente necesita beber.
De dónde has sacado la caja, cree escuchar, pues los desconocidos que le alumbran la cara con una linterna, mueven la boca pero los sonidos que emiten nada tienen que ver con lo que sus labios dibujan, si es que tienen labios, si es que tienen palabras...

Ojo de Pato se despierta en una camilla, tumbado y molido por los golpes recibidos en la detención. Los numerosos médicos que hay en la sala se mueven deprisa blablabeando sin cesar temiendo el desencuentro total antes de conseguir realizar los pasos necesarios para con los fluidos vitales del vagabundo, conseguir una vacuna.
  Por fin llegan a un mínimo acuerdo, suficiente para que cuatro o cinco médicos secundados por varias enfermeras y provistos de agujas, cánulas, goteros y demás parafernalia se le acerquen para cumplir su misión. Ante el agafelon  fluerte de uno de los médicos,   Ojo de Pato se incorpora y les dice con una sutileza que su mirada áspera desmiente: ¡Pero que cojones creéis que me vais a hacer¡

Llueve sobre la ciudad silenciosa. Hace tiempo que la descomposición de miles de papeles descoloridos impregna la atmósfera urbana disfrazando el olor a podredumbre. El alumbrado público ha dejado de funcionar y sólo aislados destellos de linternas hacen pensar que la ciudad sigue habitada. Los jardines han crecido descontrolados como si el detritus del papel fuera abono milagroso y el asfalto, destripado por las raíces de los ficus centenarios serpentea como un mar solidificado.
Ojo de Pato, acostado sobre la tierra de su pérgola mira las estrellas mientras grita al vacío ¿qué pondría en esos condenados papeles? 






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