- Corre,
tío, corre. Tenemos que salir los primeros.
Mario mira
a su amigo Dani que baja veloz por el camino hacia el embarcadero, donde las
piraguas esperan en las mansas aguas del embalse, inmóviles en la quietud de la
mañana.
Les
persigue el rumor de los pasos del resto del grupo, unos treinta chicos y los
monitores. El polvo que levanta la tropa, iluminado por los primeros rayos de
sol, deja un rastro dorado en el camino.
- Espérame,
Dani, no puedo correr tanto.
Los chicos
llegan en tropel al embarcadero. A cada uno le corresponde un chaleco
salvavidas, y les es asignada una piragua en cada una de las cuales hay dos
monitores.
El objetivo
de la excursión es llegar a una pequeña isla situada en el centro del pantano.
Se van
alejando de la orilla hasta que sólo parecen una guirnalda de flores naranjas
sobre el azul oscuro del agua.
Dani y
Mario van sentados en la primera piragua. La inexperiencia general en el manejo
de los remos, hace que se deslicen lentamente.
- A mí,
esto de los pantanos, no me gusta nada, Dani, -dice Mario bajando el tono de
voz. No sé, me da mal rollo mirar el fondo. ¿Sabes que ahí abajo hay un pueblo.
Dicen que cuando el agua baja, sobresale el campanario de la iglesia y se oyen
unos lamentos...
- No seas
plasta, -le interrumpe su amigo- y rema, rema, que quiero llegar el primero a
la isla.
El centro
de vacaciones está situado en lo alto de una elevación muy boscosa, en una
pequeña meseta en la que las distintas edificaciones se extienden ordenadas y
blancas alrededor de un espacio rectangular de tierra rojiza.
Este orden
apacible, es roto por un edificio ruinoso que, desde el punto más alto domina
el campamento.
Después de
cenar, Mario y Dani, a los que se ha unido Sebas, un chico de su clase, pasean
aburridos.
- ¿Qué
hacemos, tíos? Me pudre no hacer nada, -dice Daniel.
- Podríamos
subir a las ruinas. .mi abuelo era del pueblo y nos contó algunas historias
raras sobre este pantano. Yo nunca había estado aquí y me gustaría ver qué hay,
-contesta Sebas, mientras lanza piedras al
tronco de un pino enorme.
- Pero es
peligroso. Nos han dicho que no entremos, que se nos puede caer todo encima...
- Chorradas
y mariconadas, Mario, a mí sí que me gustaría...
- Sí,
llegar a descubrir lo que sea el primero...
- Tienes
miedo –le corta tajante Daniel.
- No es
eso. Es que hay cosas que es mejor no
remover.
- Bueno
¿vamos o qué? Sebas ha dejado de tirar piedras y mira irritado a los dos
amigos.
- Joder,
claro que vamos –contesta Dani. Vamos a ser los primeros en...
Sus voces
se van difuminando mientras se sumergen en la oscuridad del bosque.
El cabo
Rufiano Pérez, baja deprisa por el camino de la prisión, arrasando con el peso
de sus botas las piedrecillas del camino. Es de noche y sólo el ruido de la
grava rota acompaña sus pasos. De pronto se detiene. Un leve temblor en el
labio superior hace que el negro bigote baile, descomponiendo su gesto tosco,
cruel y prepotente. Ha oído una especie de quejido entre la maleza.
- ¡Alto¡ ¿Quién
va?
- ¡Me caguen
todo¡ Si es alguno de esos cabrones intentando llegar al pueblo después del
toque de queda, me lo cargo, por estas que me lo cargo –y lanza un escupitajo
al camino mientras quita el seguro a la pistola.
El rumor de
un aleteo entre las ramas disipa sus temores: es una lechuza que escapa ante
las voces.
Los nidos
de ametralladoras estratégicamente situados en los puntos más altos que rodean
el poblado, siguen allí como si formaran parte de las rocas. Aún así, mira con
cautela a su alrededor. El hermoso silencio de la noche estrellada le acecha.
Aprieta el paso hasta llegar a la cantina. Antes de entrar guarda el arma.
- Buenas
noches a todos, grita desde la puerta.
Todos son
dos: el chusquero Gómez y el listero Peregrino Sánchez, iluminados por una
bombilla mortecina.
- Buenas
noches nos de Dios, Rufiano.
- Ponme un
vaso de vino Gómez, que ha sido una noche muy dura.
- ¿Has
acabado la guardia? –le pregunta Gómez mientras vierte un vino granate y espeso
en el vaso.
- Sí, por
hoy ya está bien. Estoy hasta los cojones...ellos durmiendo a pierna suelta y
nosotros aquí, sin pegar ojo, vigilándoles.
El cabo
Rufiano Pérez se bebe de un trago el vino, relamiéndose después los tupidos
bigotes. Peregrino no puede dejar de mirar las manos del cabo, los nudillos
desollados, casi en carne viva, las uñas manchadas de rojo.
- ¿Pasa
algo, listero? –brama el cabo, mientras se dirige a la puerta.
Al alba, el
silencio diáfano del bosque es atravesado tres veces por el sonido punzante de
una sirena.
Desde las
distintas construcciones que componen el poblado, salen cientos de sombras que
avanzan como un solo hombre hacia el recinto central. Los listeros ocupan los
vértices del rectángulo que conforman las filas de obreros.
La
cantinela de los apellidos de los trabajadores de la presa se desliza monótona:
presos solteros, presos casados, obreros solteros, obreros casados....presente,
presente, presente.
- Rodríguez
Mata, Serafín. El listero levanta la vista del manojo de hojas grapadas. Una
enorme nube de inquietud se posa encima de la multitud.
-¡Mi
sargento! ¡Mi sargento! –grita el listero cuadrándose. Falta un hijo de puta.
Los
soldados rodean el recinto como un muro humano que nada puede hacer frente a
los lamentos de los prisioneros.
El ascenso
a las ruinas es lento. Los tres chavales se iluminan con la luz azulada que
emite el móvil de Sebas. Pisan vigas podridas envueltas de maleza, tejas rotas,
cristales. Los tres muy juntos, se dirigen a una escalera que parece llevar a
un sótano y bajan.
- ¡Ya me
gustaría ver aquí a la Lara Croft! -grita nervioso Dani.
- No veo
nada, acerca el móvil joder, que me voy a matar, -suplica Mario.
- Esto creo
que eran celdas..., dice Sebas mientras acerca el móvil al suelo. Mirad, ¿veis
esas manchas, las veis?
Tres
cabezas juntas, miran a donde ha señalado Sebas y tres bocas gritan a la vez:
-
¡Sangre, es sangre¡
Mario se agacha y toca lo que no es más que el
detritus de un ave.
Acerca el
dedo a la luz mientras dice solemne –es sangre, aunque ya casi seca, está
todavía caliente.
Una especie
de estertor o lamento reverbera en el sótano haciendo que los tres amigos suban
la escalera despavoridos.
- Ahora si
que vas a ser el primero, Dani, -dice Mario, riéndose a su pesar.
En las
ruinas, la lechuza que allí anida vuelve a dormir tranquila, con sus ojos
negros impávidos mirando al infinito. Desde hace muchos años guarda la memoria
de Serafín Rodríguez Mata, asesinado, 23 años, soltero, preso, parte de su
cuerpo y alma disueltos en el lodo del pantano, parte de su sangre y de su alma
disueltas en la tierra de una celda.