sábado, 26 de marzo de 2011

AL REVÉS DEL MUNDO

Como muchos otros, llegué a esta ciudad, después de una larga búsqueda, con la esperanza de encontrar un trabajo que me permitiera continuar sobreviviendo. De mi numerosa familia me había olvidado por completo. Esperaba que por si mismos pudieran solventar los problemas más básicos de subsistencia (he de aclarar que nosotros consideramos la escolarización e instrucción elemental satisfactorias sólo si se han alcanzado las aptitudes y actitudes necesarias para no depender de nadie a la hora de sobrevivir, ya que los lazos afectivos son considerados secundarios debido al gran número de crías probeta que hay); pero nuestro mundo estaba superpoblado y formé parte de la quinta expedición SAPI  (seres arriesgados pero inútiles) que salió en busca de porvenir.

Al bajar del vehículo mis dos compañeros y yo, quedamos deslumbrados por el horizonte de edificios altísimos que casi rasgaban el cielo del atardecer.
Estábamos en las afueras y buscamos un lugar seguro para esconder nuestro vehículo espacial utilitario que camuflado no ocuparía más que una caja de mediano tamaño. Nos encontrábamos en una zona parcelada cuyos límites los constituían unos extraños artefactos metálicos de distintos tamaños y formas, muchos de ellos simples esqueletos oxidados. El paisaje contrastaba violentamente con la línea urbana de edificios ultramodernos, aunque quedaba redimido, a pesar del hediondo olor de los abonos que debían haber utilizado, por el exquisito cuidado prodigado a las lechugas, cebolletas, tomates y otras hortalizas cuyo nombre habíamos olvidado. Ante aquel  orden de filas perfectamente delimitadas, Poeti dijo que en cuanto más desorden se vive a gran escala más orden se necesita en las pequeñas cosas.
 Poeti era amigo mío desde la infancia, y a pesar de que eso no garantizaba nada, ya que la infancia era un período ínfimo de tiempo en nuestra longeva trayectoria vital, habíamos recorrido un largo camino juntos, expedición tras expedición a lo largo de inabarcables ciudades. En realidad se llamaba Sinequanón, pero su portentosa facilidad para ensartar palabras de hermoso ritmo, hizo que no pudiera especializarse en ninguna profesión útil para la comunidad, aunque esta capacidad le sirvió en ocasiones para enamorar a la especie de mujeres románticas, tan superfluas para el bien común como él mismo parecía ser. El colmo de su inutilidad lo constituía la imposibilidad de finalizar ningún poema. Es tan infinita la conjura de las palabras, decía, que es un crimen acallarlas cuando parece que han llegado al fondo, y precisamente en ese punto es cuando vuelven a renacer vitalizadas por el nuevo significado encontrado…
Antes de alcanzar la edad adulta, pasó a engrosar las filas del SAPI, alcanzando así el estatus de inútil pero cobrando el correspondiente subsidio.
 Nuestra amistad se había profundizado a partir de la tercera expedición y desde entonces fuimos inseparables. Cuando estaba a punto de expirar el subsidio, nos ofrecíamos como voluntarios a las numerosas misiones intergalácticas que las autoridades inventaban para justificar el pago del peculio de inutilidad. No hay ni que decir, que dichas misiones estaban abocadas de antemano al fracaso, pues era la única forma de mantener el rango de inutilidad a la vuelta.

Comprobé una vez más la torpeza inigualable de Poeti en cuestiones  prácticas, pues fue incapaz de ayudar a transformar el vehículo para poder ocultarlo, algo que en nuestro mundo practicábamos desde niños con distintos juguetes altamente sofisticados. Gracias a mi intervención y sobre todo a  la de  Calmo, pudimos salir del cobertizo desvencijado en el que lo escondimos antes de que anocheciera.

Encontramos alojamiento en un hotel situado en un polígono industrial cercano a las huertas miserables en las que estaba el chamizo donde habíamos aparcado. Calmo extrajo la pequeña computadora-impresora de su mochila y fabricó la tarjeta plástica que nos hacía falta para acceder al hotel. Mañana solucionaremos lo del dinero, dijo mientras comprobaba la eficacia de la misma.
Avanzamos en silencio por el pasillo hasta encontrar la habitación 105. Calmo introdujo la tarjeta en la ranura y  la puerta se abrió automáticamente.  Nada más entrar, Poeti se acercó a la ventana y comenzó a musitar las sensaciones que aquel paisaje derrotado le producían. Según fue incrementando la fluidez de sus palabras, iba aumentando el tono de voz:

Como la lombriz en su agujero saboreo la devastación húmeda
De nostalgia marrón tapizo mi oquedad terrosa
Nos acompaña el recuerdo silente del planeta abandonado
 suerte incierta, pasajera para mí, no eterna.
¡Habla hotel de mala muerte! azar de neón encarcelado...

Unos golpes en la pared, fueron acallando a Poeti en su errático lenguaje, hasta concluir  con un “tengo hambre”.
Calmo, en silencio, extrajo de la mochila tres tomates y dos cebolletas, tan previsor y eficiente como de costumbre; una pena lo de Calmo, pensé cogiendo un tomate, tan completo y sin embargo con esa deficiencia que no le permite ser útil en nuestra colectividad; Calmo había sido ingeniero especial durante muchos años, hasta que paulatinamente pasó de  aplicar su proverbial destreza para reparar, proyectar e inventar artilugios utilísimos a destripar y desguazar cualquier mecanismo, motor o maquinaria que se le pusiera a su alcance. Cuando le pregunté la razón de ese sorprendente cambio, en uno de los encuentros que tuvimos para preparar el viaje, me respondió con su laconismo habitual que necesitaba encontrar el meollo y de ahí no pude sacarlo, aunque comprendo su silencio pues yo mismo aún no puedo explicarme cómo  he perdido con el paso del tiempo la capacidad de enseñar, yo, Factotu, magister del primer orden durante cuarenta años: generación tras generación de supervivientes que pasaron por mi aula encontraron acomodo y trabajo en mi mundo,  difícil para la mayoría de sus habitantes... Di el último bocado a mi tomate mientras miraba a mis compañeros dormidos sobre la cama.


El primero en encontrar trabajo fue Poeti. Acudió al reclamo de un anuncio en el que solicitaban hacedores de discursos políticos.  No es mi género, dijo, saltando de alegría cuando lo aceptaron.
Pocos días después, Calmo entró a trabajar en un taller de reparación de objetos en extinción. No saltó de alegría, pero nos comunicó con voz casi imperceptible que pocos aparatos iban a salir reparados de aquel taller.

A pesar de que yo no había encontrado todavía trabajo en el que fracasar después de dos meses de estancia en la ciudad, Calmo y Poeti me permitieron compartir la habitación que habían alquilado, contraviniendo las ordenanzas oficiales de estímulo a la supervivencia. A cambio yo les preparaba la cena, y me familiaricé con alimentos desconocidos u olvidados; conforme pasaba el tiempo notaba a mis compañeros más  entusiasmados con sus trabajos.
El otro día –explicó Poeti, mientras cenábamos en la reducida habitación, tuve una inauguración maravillosa. Nunca nadie allá habría aplaudido estas frases que no puedo concluir; cuanto más incongruente, contradictorio e incomprensible me muestro, mas éxito tiene mi político- exclamó con su vozarrón a la vez que engullía el bocadillo.
Me levanté de la silla al oírle y me quedé de pie al lado de la puerta. Calmo, sin mirarme añadió que sus desguaces eran inmejorables para la marcha del negocio ya que por primera vez en mucho tiempo habían triplicado la reparación, antes inabordable, de objetos extinguidos.  Los tres, sentados en la cama, bebimos un licor verdoso que había birlado Poeti en una recepción. No hubo brindis, sólo las palabras recias de Poeti secundadas por el leve eco de Calmo - podemos esconderte, notificar que has muerto.

Como otros, abandono, solo, esta ciudad después de haber fracasado.



4 comentarios:

  1. Y encima ya ha venido la primavera para las mujeres flor, como tú

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  2. Muy buena esta terraficción, pero.. menos mal que como dices es una "ficción". Espero que continúes con más. Salu2.

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  3. No sé por qué me he acordado de la simpática subrealista y esperpéntica "Los milagros de PETINTO".Te acuerdas?
    ¿Serán tan "simpáticos" los marcianitos?.Seguro que están más cerca de esto que no de los salvajes alienígenas que nos pintan.
    ¡Bea-Mujer flor,Qué suerte!¡Que bonito!te llamaré así..

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