miércoles, 30 de marzo de 2011

Los dos banquetes

 Buscar entre los nombres el suyo, las tarjetas alineadas delante de los cubiertos, en una mesa larga, entre los pinos, preguntar dónde se sientan los niños, abrumada por la lectura de nombres desconocidos y no encontrar las cinco letras, se han equivocado, no estoy. Llegar al final de la mesa, mirar en perspectiva el precipicio blanco roto por las copas que brillan en el vacío.
Con los ojos deslumbrados, alisarse el vestido fresa, entrar en la gran casa, preguntar por su abuela, buscarla en la cocina entre el frenesí de platos, gelatinas temblonas, cofias, delantales almidonados, encontrarla al fin y con los ojos entornados, averiguar dónde está su nombre.
Abandonar corriendo la cocina, presidida por una gran tarta de cinco pisos con una muñequita vestida de comunión en la cima, volver otra vez al inmenso jardín, alejarse de la mesa central, encontrar la pequeña casa y delante de ella una mesa miniatura de la grande, con los nombres conocidos del chofer, su mujer y su hijo, de las criadas y cocineras, de los caseros y de sus hijos y al lado del de su abuela, por fin, su nombre.
Ser tan pocos niños en esta mesa de viejos y sirvientes, comer con deleite el abundante convite y nada más acabar, correr como cabras, niños de ciudad en un hermoso espacio, esconderse a cubierto de miradas extranjeras, mirar, espiar desde el privilegiado palco la función que ante ellos se celebra y como jilgueros liberados hacer pis dulcemente sobre la tierra.

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