lunes, 30 de mayo de 2011

Fue hombre antes que gnomo

No sólo los costrones que conforman la piel dura del gnomo le protegen del amor lejano; también le protegen de su antigua piel humana, aquella piel que sufrió por no ser serpiente y no poder abandonarla en cualquier camino polvoriento, como hacen ellas, al menos una vez al año. Así que la revistió con distintas capas, abandonó su nombre, se alejó de la ciudad, renegó de su estirpe humana. Primero fue estepario, loco de andrajos asustaniños. Después, enraizado en la tierra contaminada fue convirtiéndose en gnomo, aunque en cada primavera, ¡zas! un sarpullido rosado le invadía recordándole la piel deshabitada.

sábado, 21 de mayo de 2011

martes, 17 de mayo de 2011

Calendario rupestre


Se dio cuenta de que estaba loca cuando fue incapaz de marcar con la uña en la pared el palito que hacía cien.

lunes, 16 de mayo de 2011

El personaje del año

Señoras y Señores:
Es de bien nacido ser agradecido, así que en primer lugar me gustaría dedicar este premio al verdadero ganador: el público, mi público, todos aquellos que me han elegido entre las ilustres y más meritorias personas nominadas para esta distinción.

En segundo lugar, me gustaría contarles quién es realmente el causante de que yo, una persona como cualquiera de ustedes (aquí señalaré al público de la sala varias veces) haya llegado hasta aquí. Quisiera hablarles de mi abuelo Antonio. Mi abuelo Antonio era pastor. Todas las tardes, al salir de la escuela, le subía la merienda al prado en el que recogía a su ganado para conducirlo al corral al anochecer. Mi abuelo era hombre de pocas palabras. Según mi abuela Mercedes se entendía mejor con sus ovejas y sus perros que con sus semejantes; puede ser que tanto tiempo en contacto con el horizonte infinito le hubiera llevado a la comprensión de lo esencial, pues cada tarde, antes de darme la mano para regresar al pueblo me decía elevando la voz “hijo mío, no hay más tonto que el que escucha lo que quiere oír”. Como ya he dicho era parco en palabras, pero siempre tenía un oportuno refrán en la boca, como si su bota, en vez de vino, rebosara de sentido común, sentido que se le agudizaba al anochecer: no había día que no finalizara con una retahíla de ellos.  Para cuando llegábamos al pueblo ya había enmudecido totalmente y hasta la mañana siguiente no decía ni mu.
Cuando había algún conflicto entre vecinos lo llamaban.  Se lavaba a conciencia las manos, cara y orejas, se encasquetaba la gorra de paño y con parsimonia se dirigía hacia la plaza. Expuesto el caso por los oponentes, el silencio reinaba hasta que mi abuelo lanzaba al cabo del rato tres o cuatro refranes (cuando no encontraba uno que recogiera con propiedad el caso) más o menos relacionados con lo expuesto, lluvia de sentido común que apagaba la discordia.  Entre ellos siempre había alguno que respondía a lo que todos querían oír, no sé si debido al tono de seguridad con la que sentenciaba, seguridad que había hecho enmudecer los tímidos intentos de participación de los sabios del lugar –el maestro, el médico...- siempre tan dubitativos con respecto a la certeza de los distintos saberes que dominaban.

Hace cuarenta y muchos años (habrán murmullos), sí no se rían, ya sé que no aparento la edad que tengo, pero soy sincero, ya saben que hoy en día con dinero y cirugía ¡se pueden maquillar tantas cosas! (aquí guiñaré un ojo con complicidad y proseguiré)..pues bien hace cuarenta y tantos años, yo era un niño locuaz y extrovertido que abandonó la escuela antes de finalizar la enseñanza elemental, muy a pesar de mi maestro que se lamentaba del desperdicio de mis cualidades de memoria y oratoria de Cicerón, según sus palabras. Pero a caballo regalado no le mires el diente: yo no estaba dispuesto a tirar por la borda ese don que muchos admiraban y que junto al acervo de refranes heredados de mi abuelo eran lo único que tenía.
Cuando murió mi abuelo Antonio me fui a la ciudad. Acababa de cumplir dieciocho años y entré a trabajar en una empresa de confección infantil, en la que ascendí al cabo de año y medio a agente comercial. En mi primera ruta por toda la geografía española batí los récords de ventas: con mi labia conseguí vender los modelos más recargados -de mucho éxito en el Sur pero nulo en el Norte- en Cantabria y País Vasco, que sumado al éxito de ventas de los modelo más sobrios en Andalucía, junto a los modelos de la temporada anterior que vendí en todo el territorio nacional, me colocaron en el puesto de agente ejemplar durante un tiempo. Enardecido por mi éxito, intenté ampliar mis horizontes: comencé a frecuentar exposiciones, museos, bibliotecas, librerías y tertulias, con la finalidad de almacenar la mayor cantidad de información posible. Les soy sincero (aquí realizaré una larga pausa): en muchos de estos lugares, atravesé el umbral con el único propósito de recoger folletos y leer las solapas de libros de cualquier género, aunque adquirí cierta predilección hacia los de economía con esas palabras que podían decir todo y no decir nada. Y así, alternando las temporadas de ventas con las inmersiones culturales pasé varios años, hasta que en el invierno del 98, un cliente de un importante pueblo turístico, elegido concejal de urbanismo en las últimas elecciones, deslumbrado por mis aparentes conocimientos sobre la coyuntura económica me propuso ser su asesor en el ayuntamiento. No me costó abandonar la empresa, ya a la deriva por la reciente competencia asiática. Me dispuse a nadar y guardar la ropa.

Mi misión consistió a groso modo en venden las excelencias de los diferentes planes de urbanización y recalificaciones de terrenos rústicos a los propietarios de tierras y asesorar a los funcionarios de urbanismo en sus contactos con las empresas inmobiliarias, instruyéndoles en los términos a emplear. Era un trabajo limpio y bien pagado. En una ocasión, el concejal me pidió consejo sobre cómo actuar con algunos propietarios que no querían vender. Recordé a mi abuelo Antonio y le respondí que no hay peor sordo que el que no quiere oír.
Un año antes del nuevo período electoral, el concejal de urbanismo fue acusado de corrupción y malversación de fondos públicos. A pesar de ello fue reelegido, obteniendo más sufragios que en los anteriores comicios. Se paseó por el pueblo aclamado por sus partidarios como en el cuento del traje del emperador, que estoy seguro que ustedes conocen.  Cuando las barbas del vecino veas pelar, por las tuyas a remojar, así que presente mi dimisión y con lo que había ganado en mi etapa de asesor aguanté un tiempo, hasta que me presenté al casting del programa “Hasta aquí he llegado” siendo seleccionado. Recordarán que el primer programa fue un éxito de audiencia: logré explicar mi trayectoria encadenando un refrán tras otro y fui pasando por distintas tertulias televisivas hasta que me ofrecieron tener mi propio programa, por el que hoy he sido premiado. 

 Aprovecho esta entrañable ocasión para comunicarles (larga pausa, ojos humedecidos) que abandono el programa.  Voy a presentarme como candidato a las próximas elecciones generales por un nuevo partido que he fundado sustentándome en el principio “donde fueres haz lo que vieres”.
Y para finalizar, querido público, les diré lo que mi abuelo Antonio (pausa dominada por la emoción) me dijo con voz casi imperceptible antes de morir: ha llegado el fin de las luces.
Gracias.




martes, 10 de mayo de 2011

Resistencia sutil





Las puertas del comedor social estaban cerradas todavía. La cola daba la vuelta a la manzana: vagabundos, amas de casa, parados de toda índole, incluso un grupo de turistas japoneses despistados que huyeron sin descomponer el grupo, como una escuadra de la legión romana, cuando Ojo de Pato intentó arrebatarle la cámara digital a uno de ellos.
Ni la algarabía producida por el incidente logró conmocionar a la apática cola, ni siquiera los más cercanos a los nipones. Era una cola muda y sin esperanza.

Ojo de Pato se escabulló perdiéndose por las callejuelas más inmundas del casco antiguo. Al empujar el alambrado de un pequeño solar  que le servía de escondrijo, se causó un profundo corte en la mano izquierda. Miró alrededor  buscando algo con lo que envolverse la herida  y tropezó con una caja cerrada. Con la mano indemne la abrió ayudándose de una litrona rota y tras dejar un rastro de sangre, extrajo una colección de posits impresos con los que intentó, sin mucho éxito, restañar la herida.
Salió de nuevo a la calle como un sucio manos tijeras, con las hojillas de colores manchadas de sangre adheridas a su mano.
Algunos transeúntes lo evitaron cruzando de acera mientras Ojo de Pato gruñía, sacudiendo sin parar la mano herida tapizada de papelitos, corriendo como un canguro en dirección a la Gran Vía, donde  una caja de cartón grande, un astroso saco de dormir y una bolsa de Mercadona le esperaban. Eso era todo. Su casa, su mundo.

Su mundo pequeño, caótico pero predecible. Sin embargo el mundo grande, organizado, reglamentado, controlado hasta en las costuras, explota cada vez más a menudo en forma imprevista, como ahora en la ciudad, que ha amanecido otra vez inundada de pósits con crípticos mensajes. A pesar de que  las autoridades han prohibido su lectura, es muy difícil sustraerse al hechizo de las promesas que una primera ojeada hacen traslucir. A partir de la segunda relectura la confusión se afianza y progresa.
 La vigilancia de las fuerzas de seguridad es patente desde hace mes y medio, justamente desde el día en que las imaginarias amenazas se hicieron realidad, a pesar de lo indescifrable de dichos mensajes.
La comisión de sabios en lenguas diversas permanece reunida obedeciendo la convocatoria del gobierno, trabajando sin descanso en la interpretación de aquellos extrañas palabras que aun estando escritas con caracteres latinos no corresponden a ninguna lengua conocida; algunos aventuran la posibilidad de una procedencia extraterráquea, otros, sin embargo afirman la aparición de una nueva especie nacida en las entrañas del subsuelo urbano, marginados de nuevo cuño, precursores de un terrorismo incruento pero eficaz; los menos optimistas vaticinan una confusión semántica altamente contagiosa que avanzaría a pasos agigantados dejando poco a poco la comunicación humana en manos de un grupo de dementes que homogeneizarían a todas las personas sin distinción de sexo, raza o religión, sometiéndolas a una igualdad insoportable.

En la pérgola no había ningún compañero. Ojo de Pato, en alerta, depositó la caja encima del saco y se sentó sobre ella. Si hubiera sido perro hubiera tensado las orejas, pero sólo consiguió mirar en todas direcciones con su ojo de halcón disecado.
El estruendo de las sirenas le acordonó mientras la policía repartía los enseres de los mendigos por la tierra de la glorieta con cuatro patadas bien dadas. Ojo de Pato aguantó bien,  sin caerse de la caja, el primer puntapié; a la espera del segundo extendió las manos para defenderse aunque no le hizo falta: ante su estupor se vio rodeado por los componentes de dos patrullas de la policía nacional, parte de los cuales blandían como única arma varios diccionarios berlitz, que le preguntaron a coro de blónde has salcado beso señalando los jirones de papeles que como una costra reseca envolvían su mano herida. Esto no pinta bien,  pensó mientras lo metían a empellones en un coche patrulla.
- Qué manía me caguen Dios, de dónde los voy a sacar, si está la ciudad repleta, los he ido cogiendo del suelo, de las farolas, de los semáforos, de la basura, de los árboles, le contestó Ojo de Pato al inspector, mirándole con  el ojo velado.
Si te entlelas de balgo nos blo cuentlas si no quieres perdrer tu ierda de libertad par biemple, bramó el inspector rehuyendo la mirada rapaz.

Ni le han desinfectado la herida que se le ha vuelto a abrir cuando le han arrancado los papeles con pinzas y los han depositado cuidadosamente en distintas bolsitas de plástico. Ni por esas: otro empujón y a la calle.
Esto tiene que ser gordo, estos papeles tienen que valer mucho,  mucho, si no, no me explico cómo es que van todos locos, aunque … el Chinito me dijo el otro día algo sobre  papeles y confusión de  qué ¿de lenguas?…. necesito una botella y tragar algo, que al final me he tenido que largar sin comer y ya es de noche, pero la caja, hostia la caja, antes tengo que ir  a por ella, dejarla donde la he encontrado, o esconderla, o venderla, venderla o cambiarla y comprarme una botella de buen wiski y costo, cojones, cómo me duele el ojo que me falta, siempre me pasa esto cuando tengo hambre y estoy nervioso, como si el corazón bombeara toda la sangre hacia la órbita vacíaaa., vacíaaa… -gritó Ojo de Pato. Los transeúntes se apartaron de aquel loco que habla solo pero tan claro.

Claridad es lo que falta en la comisión de expertos que se encuentra reunida permanentemente. Traductores, lingüistas, militares, científicos y médicos se entienden cada día menos. El contagio y sus consecuencias avanzan imparables: se cuentan por millones los ciudadanos afectados que ya no pueden desempeñar su trabajo, la banca se ha hundido, desintegrada la Bolsa en  puntitos de colores que ya nada significan, los incidentes violentos se multiplican en esa torre de Babel planetaria en que las miradas, los gestos y expresiones, al no sustentarse en las palabras son  malinterpretados.
 Una esperanza aparece parpadeando en la gigantesca pantalla que preside la sala de reuniones. Se pide a los lingüistas que hagan un último esfuerzo para hacer inteligible a la comisión el siguiente mensaje procedente de las fuerzas policiales europeas: bai un homo Yeux da Duck ke balece ibmute. Para cuando la comisión logra aclararse han pasado tres horas. El último mensaje transmitido por dos de los lingüistas más preclaros después de conseguir que dejaran de propinarse puñetazos, es contundente: bas utloridades blanijtarias avec bas furzias ble zeguguidat an decibdid kapturrar a Yeux da Duck per fintenta ba forbnikacione dun antídoto. Acto seguido, la comisión se autodisuelve abandonando el edificio de Naciones Unidas en un desorden bíblico.

En la oscuridad del callejón Ojo de Pato pisa con cuidado el alambre caído,  la maldita caja asida con la mano derecha y apoyada en su escuálida cadera. Se vuelve hacia el sonido de   crujidos de cristales rotos y plásticos resecos. Las piernas le tiemblan pero no es de miedo, simplemente necesita beber.
De dónde has sacado la caja, cree escuchar, pues los desconocidos que le alumbran la cara con una linterna, mueven la boca pero los sonidos que emiten nada tienen que ver con lo que sus labios dibujan, si es que tienen labios, si es que tienen palabras...

Ojo de Pato se despierta en una camilla, tumbado y molido por los golpes recibidos en la detención. Los numerosos médicos que hay en la sala se mueven deprisa blablabeando sin cesar temiendo el desencuentro total antes de conseguir realizar los pasos necesarios para con los fluidos vitales del vagabundo, conseguir una vacuna.
  Por fin llegan a un mínimo acuerdo, suficiente para que cuatro o cinco médicos secundados por varias enfermeras y provistos de agujas, cánulas, goteros y demás parafernalia se le acerquen para cumplir su misión. Ante el agafelon  fluerte de uno de los médicos,   Ojo de Pato se incorpora y les dice con una sutileza que su mirada áspera desmiente: ¡Pero que cojones creéis que me vais a hacer¡

Llueve sobre la ciudad silenciosa. Hace tiempo que la descomposición de miles de papeles descoloridos impregna la atmósfera urbana disfrazando el olor a podredumbre. El alumbrado público ha dejado de funcionar y sólo aislados destellos de linternas hacen pensar que la ciudad sigue habitada. Los jardines han crecido descontrolados como si el detritus del papel fuera abono milagroso y el asfalto, destripado por las raíces de los ficus centenarios serpentea como un mar solidificado.
Ojo de Pato, acostado sobre la tierra de su pérgola mira las estrellas mientras grita al vacío ¿qué pondría en esos condenados papeles? 






domingo, 8 de mayo de 2011

¿Es el mundo lo que parece o yo estoy loco???


La experiencia de visitar un aeropuerto sin aviones fue sorprendente, pero como era un día ventoso, imaginó un cielo plagado de cometas de colores.  La biblioteca sin libros, pero qué iluminación más acertada, comentaron, le produjo un sentimiento nostálgico y un terrible dolor de cabeza, aunque creyó que se lo podrían aliviar en la última visita programada. De verdad lo necesitaba, pues no contribuyó en nada a su mejoría, la visita al socavón inmenso donde ya no le quedó imaginación para visualizar más que una estación de metro de juguete con  playmóbils ajetreados en sus desplazamientos.
Por fin llegaron al hospital, le hacía falta, lo de su cabeza ya no era sólo dolor, le invadía una sensación desconocida que, se le apoderó totalmente cuando la amable enfermera le dijo que no se preocupara, que el hospital era de mentira, ella era actriz así como los enfermos y que después del bocadillo de chorizo que iban a comerse en los futuros quirófano, los visitantes dudosos salían muy recuperados del efecto mátrix y el resto, pues contentos.

miércoles, 4 de mayo de 2011

Amor perjudicial

Nunca imaginó que a sus años pudiera enamorarse tanto.
Preparado para su primera cita, asió el picaporte con mano temblorosa, lo giró lentamente, taquicárdico hasta el desfallecimiento y abrió con los recuerdos licuándole las venas.
Aquel amor fue su perdición.