jueves, 22 de diciembre de 2011

ESTRELLA DE NAVIDAD



La pequeña leona, herida de muerte, yacía recostada sobre la hierba de aquel paisaje selvático y nocturno, con la sombra del baobab dibujando esqueletos en el cielo iluminado por una luna africana roja, inmensa, al lado del cachorrillo asustado que llorando le pedía que no le dejara, mientras la leona con ojos bovinos le repetía que no iba a abandonarlo y, señalando una estrella, la más brillante, le decía: siempre que me necesites, busca a esa estrella y me encontrarás. La voz fue debilitándose a la vez que una mano descarnada fue ocultando poco a poco el paisaje. La escena fue difuminándose hasta desaparecer como si el firmamento se hubiera engullido a sí mismo con todos sus astros.
El niño se despertó totalmente mojado. Aunque llamó varias veces a sus padres únicamente recibió por respuesta un sombrío silencio.

Llegó Diciembre con una sucesión de días opacos y tristes. Juan jugaba a veces con su linterna, iluminando con el pequeño haz los animales de juguete a los que alineaba una y otra vez en imaginarias expediciones en las que buscaba a jirafas perdidas, gacelas desaparecidas…
- ¿Vamos a poner el belén, mamá? –preguntó a su madre enfocándola con la linterna.
Ella estaba sentada frente al televisor sin voz, mirando el agujero de la pantalla.
- ¿Vamos a poner el belén? –gritó Juan enfadado.
- Sí, mañana bajaré las cajas del altillo. Pero lo montas tú ¿vale?

A pesar de las circunstancias, habían intentado recomponer la normalidad pero la tristeza corroía el ambiente y el silencio se había introducido en cada repliegue de la casa. Ellos ya lo tenían metido en el cuerpo y no podían detener su avance.
Juan era el único que proseguía con sus ruidodsas actividades.
Al principio, preguntó. Preguntaba a todas horas, pero paulatinamente dejó de hacerlo con tanta frecuencia. Nadie le respondía. Su madre se levantaba y se iba a la habitación y su padre le distraía con alguna historieta; así, poco a poco, la ausencia fue prolongándose insidiosamente, invadiéndoles como la maleza en un jardín deshabitado, hasta que Juan dejó de preguntar y comenzó a escudriñar todos los rincones de la casa.
Aprovechaba los momentos en los que le dejaban solo para entrar en la habitación de su hermana mayor y husmear como un perrito entre sus cuadernos, entre la ropa del armario, en la cama bien hecha, limpia y estirada. Un olor se superponía al del suavizante, un efluvio de ausencia disecada, a pesar de que su madre siempre mantenía esa puerta cerrada, excepto cuando entraba a limpiar, a cambiar las sábanas, a lavar la ropa limpia, a desordenar la mesa de estudio para volverla a ordenar y abrir la ventana, dejar entrar el sol, y a pesar de eso la oscuridad se había hecho dueña de ese piso antes luminoso…antes, no hacía tanto tiempo, tres meses apenas y ahora las voces quedas, los movimientos cansados se le habían adueñado.

En una hora, Juan montó el belén. La enorme estrella que cobijaba al portal brillaba con luz propia.
- Ya lo he acabado ¿quieres verlo. No obtuvo respuesta y fue en busca de su madre.
Al entrar en el salón oyó a su padre. “…esto no puede continuar así, no podemos vivir como si no hubiera pasado…” Al ver al niño enmudeció.

Juan dejó de mirar fijamente la estrella plateada que presidía el belén, sólo cuando su madre le llamó por quinta vez.
-Sé que está ahí, porfa, déjame un rato más, -le dijo volviéndose hacia su madre que lo miraba desde la puerta.
- Puede ser, pero por hoy ya está bien, -le contestó su madre. Sus ojos enrojecidos desmentían la sonrisa que esbozaba. Hay que preparar la mesa –añadió mientras se anudaba el delantal.

Era Nochebuena y por primera vez desde hacía tiempo el aroma nebuloso de la casa parecía desenredarse, como si una minúscula alegría intentara respirar por el resquicio de la Navidad.
- Ya tienes casi siete años y creo que lo vas a hacer muy bien –le animó la madre a Juan. Mientras yo vigilo el horno y tu padre corta los turrones, tú ve preparando la mesa.
El ruido que producía el trajín de cubiertos, vasos, sillas… fue penetrando como un bálsamo por la casa.

- Pero Juan, somos tres y has preparado la mesa para cuatro –le dijo su madre.
- Ya lo sé. La estrella me ha dicho que no vendrá, pero también que no podemos olvidarnos de ella –añadió sonriendo.

La leona hundió su rubia cabeza entre la hierba. El cachorrillo se abalanzó sobre ella y se durmió guarecido entre sus patas inertes. Al despertar aterido de frío, miró hacia el cielo: las estrellas habían asaltado el firmamento y la sombra del baobab había desaparecido.
Juan se despertó llorando pero no llamó a nadie.


martes, 6 de diciembre de 2011

AMOR MUSICAL

La música suena, trompetas triunfales para vestidos de noche negros que aplauden más allá de los tobillos, taconeando zapatos sensibles como pájaros voladores, deslizándose suaves, jugueteando con dedos apretados que danzan sobre tí, mi sordo feliz. Ahora no debes retroceder, abre tus oídos, te he concedido la victoria, la gracia de este baile soñando música.