jueves, 1 de septiembre de 2011

Una leve agitación


Para mi desgracia, aquella mañana tropezó con él cara a cara. Noté el estremecimiento que agitó todo su cuerpo. Me encontraba cerca de su mano derecha, de pronto caliente y húmeda y escapé como impulsada por un borbotón, que me llevó rápidamente a emprender una loca carrera junto a mis compañeras.

Tropezábamos entre nosotras, sin voluntad, siguiendo los impulsos de nuestra amiga, atrapadas en un circuito vertiginoso. En aquella ciega carrera, logré situarme cerca de su rodilla, que percibí algo laxa, sin fuerza. Nos pusimos de acuerdo a base de encontronazos y nos apelotonamos traviesas en su talón, sosteniendo el peso de su cuerpo estremecido.
Mudas como de costumbre, pero respetuosas con el pacto de avanzar unidas, iniciamos el ascenso salvando algunos vericuetos complicados y conseguimos situarnos en el lado derecho de su hombro, sordas al estruendo que nos rodeaba, sordas al rumor que líquidos obligados a encauzarse, producían.

Me costó que mis compañeras me siguieran, de repente parecía como si no me conocieran, hostigadas por el vértigo que nos sitiaba.
Noté una ligera reacción de su cuerpo, cuando en tropel, logramos entrar un instante antes que la compuerta se cerrara. A pesar del cansancio, la suavidad de terciopelo del recinto unida al rítmico balanceo nos dio fuerzas para atravesar el rojo puente y salir purificadas de la presa.


En un último aliento de voluntad me fui solitaria en dirección al rostro de mi dueña. Estaba cerca de su cuello. Esperé al siguiente impulso. Asalté su mejilla izquierda y la teñí de sonrojo.

Exhausta, decidí esconderme en su cara, enfriándome en sus lágrimas. Algo fácil para una gota de sangre, que a causa de un inesperado encuentro, ha tenido que correr a 170 pulsaciones por minuto.




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