viernes, 9 de septiembre de 2011

DULCE HOGAR


La gallina fue confiscada justo antes de cruzar la frontera. Su foto se había publicado en los diarios importantes de la zona e incluso había aparecido en varios noticieros de televisión.
El propietario no fue capturado, ya que bajó del autobús una parada antes de la frontera.

Avelina fue conducida al retén de la aduana. Un agente le preparó una caja de cartón en la que colocó algunos periódicos y la depositó allí. En torno a la caja se agolpaba una multitud: agentes de aduana, dos forenses, periodistas y curiosos. Avelina, al despertar, se alzó con pompa sobre sus dos patitas, estiró las alas y salió de la caja, dejando al descubierto un hueso humano.
Inmediatamente fue arrestada y quedó bajó la custodia del oficial.

El hombre descendió del autobús. Ante los numerosos vehículos policiales que veía conforme se acercaba a la frontera, decidió que quizá, la única manera de salvar a Avelina, era separarse de ella. Caminó de vuelta a casa. No tenía a nadie y no sabía a donde ir. Lloraba por Avelina, rememorando mientras andaba campo a través, como la encontró ante la verja de su casa, coja de una pata y con la cresta magullada. Le entablilló la pata y le desinfectó la cresta. La acomodó en un cesto en la cocina, y la alimentó con lombrices, insectos y restos de su comida masticada. Nunca le faltó alimento de primera calidad a Avelina que empezó a poner unos huevos muy hermosos de cáscara dorada.
Dormía encima del ropero y, al amanecer, volaba hacia él picoteándole la barba.
Le acompañaba en su trabajo: mientras él limpiaba sepulturas o alisaba la tierra con el azadón o desmembraba terrones con la pala.
Según fue reponiéndose, los huevos se espaciaron, pero el sepulturero se sentía feliz, acompañado.
Un día de tormenta, Avelina se puso clueca y el único huevo que pudo incubar salió huero. Dejó de cacarear, de despertarle, de acompañarle.
Desesperado, se suscribió por correo a la revista “Cría Avícola”. De su lectura concluyó que Avelina necesitaba para la prosperidad de sus huevos, una sobrealimentación de proteínas.
Comenzó a cavar en la parcela de viejas tumbas abandonadas para extraer lombrices e insectos abismales.
A los veinte días de recibir esta alimentación, Avelina puso su primer hueso. Restablecida totalmente, comenzó una puesta imparable de huesos y huesecillos por toda la casa y el terreno circundante. Tan contenta estaba que cacareó sin recato durante  el sepelio de un famoso abogado.
A los dos meses, la vieja zona del cementerio quedó arrasada. El enterrador prosiguió la búsqueda de alimentos en sepulturas recientes hasta que la víspera del 1 de Noviembre, al atardecer, mientras alimentaba a Avelina con unos extraños insectos luminosos, comprendió que su suerte estaba echada. Y huyeron.

El sepulturero fue detenido justo en la entrada del cementerio. La foto del profanador había sido publicada en todos los diarios de la zona e incluso había aparecido en varios noticieros de televisión.
Los agentes que procedieron a esposarlo declararon que no opuso resistencia. Sin embargo, resaltaron el hecho de que antes de ser introducido en el vehículo policial, emitiera un potente kikirikí. 



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