martes, 1 de febrero de 2011

El sonido del paseo


Dos muchachos negros avanzan rítmicamente por el paseo -remedo de Mayami- ,palmeras enanas y amarillas. Sus zapatos marrones oscuros, sin calcetines, lustrosos hasta no poder más, se mueven bailando sobre el pavimento, acercándose hacia unas botas militares, peligrosas, negras, la muesca delantera delata la puntera metálica, dispuestas a golpear si el termómetro sube un grado más. Su propietario, cara granujienta, cabeza muy, muy despejada ¿rapada?, ha dejado la guerrera en casa, gracias a dios, y su impúber cuerpo, desnudo de músculo todavía, sorbe un Calippo descomunal sentado en el borde de la baranda de piedra, mientras que las gotas del polo chorrean irremediablemente sobre tres quinceañeras que invadidas por la resaca de la marea nocturna, duermen vestidas sobre la arena, ignorantes de la imagen que reflejan en el viejo que parado frente a ellas, adivina que nunca serán bellas, pero quién sabe si la envidia de la carne joven le hace inmisericorde; sin embargo, no reflexiona más, se retira asustadizo ante el grito del rapado, quita viejo, me tapas el sol, grito que despierta los restos de una mujer posada sobre una toalla azul marino con un ancla, quizá esa áncora playera la mantiene varada a tierra, le impide deshacerse del sopor que ha invadido su vida y acariciándose una variz serpenteante, se hunde otra vez en el liberador sueño marino, como si esperara que su toalla rompiera amarras y empezara a navegar envuelta por los gritos de un grupo familiar que a pleno sol juega al fútbol y puede ser que el padre, congestionado, mantenga el tipo jadeando detrás del balón por la arena, impulsado por el recuerdo de sus piernas juveniles, sus pulmones limpios de alquitrán, hasta que el más pequeño e intuitivo de sus hijos, imitando a los entrenadores, pide tiempo y le echa una redentora botella de agua helada por la cabeza.
El atardecer avanza como todos los días y como todos los días el buscador de tesoros avanza con su detector de metales entre las pisadas de los que van abandonando la playa, ajeno a ese trasiego humano, sólo pendiente del reverberar en sus oídos de las posibles monedas y joyas perdidas, escruta la fina arena, se para atento a lo que transmiten sus auriculares, pero no, no ha encontrado nada todavía.
La arena se posa ondulada borrando huellas, escuchando el murmullo de la marea humana que la abandona. El buscador pasa, pasa una y otra vez la placa redonda sobre la arena, se agacha, escarba y encuentra alguna que otra moneda, poca cosa.
Su trabajo acaba cuando localiza el corazón oscuro de la playa que cada día cambia de sitio, buscando juguetón la marea mediterránea.

1 comentario:

  1. Cuando seamos viejitos,¿habrá algún "personaje" impúber y enclenque que,comiéndose un calipo,nos diga que le quitamos el sol?.¡¡VAYA FUTURO LES ESPERA¡¡
    Eso sólo se dijo una vez y era justo al revés.

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